El caso de The Shakespeare Pub en Londres es un ejemplo de cómo la intimidad y la magia de las anécdotas son el punto de conexión
BAE Negocios
Por Roly Boussy
«Puede que olviden qué dijiste, pero jamás olvidarán cómo los hiciste sentir» Carlo Buehner
Londres es sinónimo de pubs. Hay miles de ellos, de todas formas, tamaños, historias y ubicaciones. En todo el Reino Unido existen cerca de 60.000 de esos bares tan especiales, que venden unos 6 millones de litros de cerveza por año y cubren el 100% de las localidades. Podrá no haber una plaza o una iglesia en un pueblo, pero nunca faltará el pub. Sin indispensables para abastecer las cerca de 180 pintas de cerveza que cada británico consume al año.
Londres es la «meca» de los pubs. Y en todos reina la beer como estrella indiscutible, e incluso algunos tienen más de 30 grifos de cerveza diferentes para elegir: rubias, rojas, negras, amargas, más amargas o más dulces, hay de todo.
Pero entre todos, uno de los que invita a volver es The Shakespeare pub. ¿Por qué? El local no tiene ningún atributo en particular que lo diferencie. Está ubicado en el barrio de Barbican, muy cerca de uno de los centros culturales más grandes de Europa. El Shakespeare tiene lo necesario y no le falta nada, pero no destaca en ninguno de sus atributos. Lo que no muchos saben, sin embargo, es que su nombre se debe a que el famoso dramaturgo supo vivir a metros del lugar. Quien se encarga de contarla es Giovanni Toma, el propietario, quien se acoda a la mesa de los visitantes para narrar la historia. Verdadera o no, la forma de relatarla, el entusiasmo y la ilusión que despierta lo hace incomparable y creíble.
La idea de haber estado en los lugares que frecuentaba el gran William antes de retirarse del mundanal ruido, respirar el mismo aire, caminar las mismas veredas y beber quizás en la misma mesa, es parte del encanto. Luego de un par de pintas, hasta parece verlo entre la muchedumbre.
El valor de la experiencia hizo de la cerveza, del ambiente, de la comida, de la gente, algo muy diferente. Lo paradójico fue que nadie explotara el concepto especialmente, más allá de la charla informal donde surgió. Casi fue un comentario casual dicho al pasar. No fue un efecto de marketing promocional, fue una expresión de su identidad, un hecho cultural.
¿Qué tienen los pubs ingleses que los hace tan especiales? Ni más ni menos que una atmósfera diferente. Todos sirven cerveza. Pero siempre la cerveza se sirve con historias.
En el Shakespeare había cerveza, obviamente, pero lo mejor que tenía era la «onda», esa impalpable diferencia que uno no olvida y desea recrear. Gio y su adorable e inglesísima esposa, Delis, estaban todo el tiempo conversando con todos los parroquianos, haciéndolos sentir como en casa, integrándonos con los habitués del lugar, sonriendo y desplegando anecdotarios. Ellos eran la amalgama que unía todos los elementos. Sin sus presencias, todo se hubiera desvanecido en la indiferenciación. No me acuerdo cuánto pagué, qué cerveza tomé, ni qué comí, pero sí que la experiencia fue memorable. Por eso espero volver algún día, para tomarme una cerveza y reencontrarme con mis amigos Giovanni y Delis, y también quizás entre el humo y la noche, aparezca el fantasma de William.
Viene ahora la comparación con Argentina. Volver a Buenos Aires es encontrarse también con una superpoblación de cervecerías: Patagonia, Blest, Jerome, Santa Clara, Berlina, Cervelar, Growlers, y siguen las firmas. Día a día abren nuevas alternativas. Todas tienen denominadores comunes, ¿pero cuál es la diferencia para hacerse cliente de alguna de ellas? Como en Londres, la diferencia vinculante será la alquimia que se produzca en una y no en otras, entre las expectativas y la experiencia que se viva. El ambiente, las historias, las sensaciones, la onda. Quien quiera sobrevivir entre el enjambre de ofertas cerveceras, deberá sumar un alma que la haga diferente, el elemento intangible que atrape mi espíritu.